Encumbre su mirada, mas allá
de donde podía brillar,
y sus curvas, envidia del oleaje Mediterráneo
ensalzaban la belleza, de nuestro tranquilo mar.
Etereos besos que portaban las gaviotas,
y sucumbian en las suaves playas del Arenal.
El Peñon como testigo, de su inquebrantable amistad,
y la Luna sobre el, con la brisa del viento,
guardian eterno de su amor inmortal.
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